Relatos, de como la “Obediencia” masónica, quiso eliminar a Don Bosco.

 

San Juan Bosco, el apóstol de la juventud (1815-1888) tuvo que sufrir en carne propia las persecuciones de la masonería, que lo había condenado a muerte.

 

De ello nos habla él mismo en su Autobiografía; y el padre Lemoyne, que vivió con él durante más de treinta años, en sus Memorias biográficas, dice así: “El año 1880 sufrió don Bosco dos atentados a corta distancia el uno del otro y urdidos por los sectarios (masónicos) para quitar de en medio violentamente a nuestro buen Padre.

 

El primer golpe debía darse una de las últimas semanas de junio, por un ex-alumno del Oratorio que se llamaba Alejandro Dasso y vivía de su trabajo en Turín. Se presentó en la portería, pidiendo hablar con Don Bosco. Como conocía la casa, llegó por su cuenta hasta la habitación y fue introducido en ella. Tenía los ojos extraviados y parecía un hombre abstraído y preocupado por algo que atender muy distinto de quien estaba delante. Don Bosco lo recibió con su acostumbrada amabilidad, pero, como el mozo callaba y parecía que una creciente agitación lo llevaba al paroxismo, el siervo de Dios le preguntó:

 

-          ¿Qué quieres de mí? ¡Habla! Ya sabes que don Bosco te quiere.

Entonces, el infeliz se postró de rodillas, rompió a llorar y sollozando le contó una fea historia. Se había inscrito en la masonería, la secta había condenado a muerte a don Bosco y se habían sacado a suerte doce nombres, doce individuos debían sucederse por aquel orden para cumplir la sentencia.

 

-     ¡A mí me ha tocado ser el primero, precisamente a mí! ¡Y para esto he venido!... Pero yo no haré jamás semejante acción. Cargaré sobre mí la venganza de los otros; revelar el secreto es mi muerte, estoy perdido, ya lo sé, pero ¿matar yo a don Bosco? ¡Jamás!

 

Dicho esto, sacó el arma escondida y la arrojó al suelo. Don Bosco lo levantó, intentó calmarlo, darle seguridad, pero todo fue inútil, el pobrecito salió precipitadamente de la habitación como si una fuerza misteriosa lo empujase hacia el abismo... Intentó suicidarse, lanzándose al río el 23 de junio... Don Bosco lo ayudó y después de socorrerlo generosamente le pudo facilitar la fuga al extranjero, y buscarle un asilo seguro, donde vivió desconocido hasta el fin de sus días.

 

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El segundo atentado ocurrió de manera más trágica, en diciembre del mismo año. Un joven señor, como de unos veinticinco años, fue a visitar a don Bosco, quien le indicó cortésmente que se sentara a su lado en el sofá. Desde el primer momento, algo siniestro, que relampagueaba en sus ojos, aconsejó a don Bosco a ponerse en seguida en guardia y vigilar sus movimientos. Un nerviosismo mal reprimido le agitaba. Así sentado, hablaba inconexamente, yéndose por las ramas y, a veces, se acaloraba y gesticulaba como un exaltado; de pronto, en la agitación se le resbaló del bolsillo al diván un pequeño revólver de seis tiros. Sin que él se diera cuenta, don Bosco puso diestramente la mano encima y despacito se lo metió en el bolsillo. Aquel, en su desatinado hablar, había soltado frases provocativas... Al llegar a cierto punto, volvió su fulmínea mirada alrededor, echó su mano derecha al bolsillo, hurgó una y otra vez con señales de extrañeza y despecho, se puso de pie, observó acá y allá y no se calmaba. También don Bosco se había levantado y, mientras seguía el otro sus frenéticas pesquisas, con toda tranquilidad le preguntó:

- ¿Qué busca, señor?

- Tenía una cosa aquí en el bolsillo... Quién sabe cómo... Pero ¿dónde habrá ido a parar?

- Don Bosco se aproximó rápidamente a la puerta y, puesta su mano izquierda sobre el picaporte dispuesto a abrir rápidamente, apuntó el arma contra él y, sin descomponerse, le dijo:

- ¿Es esto lo que usted buscaba, ¿verdad?

 

El bribón quedó de piedra y quiso apoderarse de su revólver. Pero don Bosco le intimó con energía:

 

- ¡Salga inmediatamente de aquí y que Dios tenga misericordia de usted!

 

¿Obediencia ciega? ¿Eso es a lo que se comprometen aun en contra de su conciencia?

 

 

Fuente: del libro “católico y masón” – P. ÁNGEL PEÑA O.A.R.

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