Los escritores romanos del siglo III

 

—Esquema

a) Características generales de la literatura y de la teología romana de este siglo

b) Novaciano

 

a) Características generales de la literatura y de la teología romana de este siglo:

 

—Primera mitad del siglo III

Dos tendencias aparecen en la comunidad de Roma en la época del papa Víctor I (189-199): el montanismo (cristianismo asiático, influencia del Apocalipsis de Juan, fin del mundo, tensión Iglesia-Imperio, martirio como ideal, fue combatido por el papa Eleuterio) y el monarquianismo (basado en las doctrinas de Práxeas —venido de Asia para advertir a los romanos sobre el montanismo—, ampliado por Noeto y, en cierta manera, tolerado por Ceferino y Calixto).

 

Hipólito (c.170 a 235) —del cual ya hemos hablado en otra lección— aparece en este clima, y es fundamental el conocimiento de su teología para comprender el ambiente teológico romano durante la primera mitad del siglo III. A Hipólito hemos de identificarle con un sacerdote romano desterrado junto con Ponciano a Cerdeña en 235 y sepultado cerca de la vía Tiburtina (parece que es suya la estatua cerca de esa vía, que contiene una lista de obras de Hipólito del 210 al 224).

 

Los escritos de Hipólito son típicamente romanos, de origen petrino (es decir, sirio y judío-palestinense), en los que se notan ecos de las Homilías clementinas, también de influencia petrina.

 

También tiene la influencia de Ireneo (de quien se presenta como discípulo, según Focio) y por tanto de Asia. Se nota en la estima de Hipólito por el Apocalipsis. Además, comparte el milenarismo de los asiáticos y cree en la inminencia del fin del mundo. Tiene hostilidad frente a la filosofía y preferencia por el estoicismo (como Melitón).

 

Es un precioso testigo de la liturgia romana.

 

Dos corrientes se advierten en Roma en el siglo III: 1ª) la corriente apocalíptica (que obedece a ciertas características antiguas de la Iglesia romana: cfr. el Pastor de Hermas), culto a los mártires Pedro y Pablo, favorecida por el montanismo, 2ª) la corriente de la jerarquía que se muestra favorable a la moderación, a la indulgencia, a la búsqueda de la unidad entre los grupos y al diálogo con el poder imperial.

 

En su Elenchos (Refutación de todas las herejías), Hipólito critica violentamente a Ceferino y a Calixto. La violencia era el tono habitual. Hipólito realmente ataca un "ambiente", el de los cristianos que pertenecen a las clases dirigentes (Marco Aurelio Carpóforo, Marcia, Minucio Felix, etc.). Calixto era un gran administrador, que dialoga con los hombres ricos del imperio. Ceferino y Calixto no son dos intelectuales, sino hombres de acción. Hipólito sueña con una Iglesia de santos en conflicto con el mundo, pobres, sin bienes.

Sin embargo, cuando Calixto intuyó el peligro del monarquianismo, no dudó en condenar a Sabelio.

 

Hipólito aparece como representante del viejo presbiterado romano, con su tradición catequética y sus prácticas litúrgicas. Se nota su hostilidad hacia los diáconos y a una concepción más monárquica del episcopado. Hipólito escribe en griego, aunque en Roma los cristianos hablaban en latín desde mediados del siglo II.

 

Hipólito, sin embargo, no es un antagonista del papa ni un cismático. Sus escritos respiran la más pura tradición. Su violencia procede, en gran parte, de un género literario. Fue el representante de un integrismo que la Iglesia hizo bien en no aceptar, pero fue también un gran doctor de la Iglesia, venerado como santo.

 

—Segunda mitad del siglo III

El final del siglo III es el preámbulo de las controversias doctrinales del siglo IV.

 

Monarquianismo: Noeto de Esmirna, Epígono (en tiempo del papa Víctor), Cleomene (época de Ceferino y Calixto) y Sabelio (cirenense de la Pentápolis, que llega a Roma en tiempo de Ceferino y es discípulo de Cleomene).

 

Calixto condena a Sabelio el 217 (a pesar de sus innegables preferencias por el monarquianismo).

 

Sabelio muere en 257, pero en Cirenaica sus doctrinas cobran fuerza. Dionisio de Alejandría envía cartas a los obispos que apoyan el sabelianismo, en las que expone la distinción entre el Padre y el Hijo, punto que negaban los sabelianos. Los obispos de la Cirenaica recurren a Roma (el papa era Dionisio, sucesor de Sixto). La tradición teológica

romana era monarquiana, subrayando la unidad de la sustancia divina.

 

Hipólito seguía la línea de Justino: subsistencia propia del Logos. Mientras que Calixto había favorecido a Cleomene. Orígenes había sostenido la inferioridad del Logos con respecto al Padre y tuvo que justificarse con el papa Fabián. Dionisio de Alejandría era discípulo de Orígenes.

 

Dionisio sostenía que el Hijo es creado (poiema) y un producto (geneton). Lo acusaban de decir que el Hijo no es consustancial al Padre (homoousios).

 

Ante una condenación de su doctrina en un sínodo romano, Dionisio de Alejandría envía una Apología al papa en la que le explica que está plenamente de acuerdo con la doctrina trinitaria de Roma, pero que prefiere utilizar su vocabulario propio (no acepta la palabra homoousios porque dice que no está en la Escritura).

 

Ambos obispos condenan el monarquianismo y el subordacionismo, pero mantienen las diferencias propias de las escuelas alejandrina y romana.

 

Otro conflicto es el de Antioquía, aunque también influye en la iglesia romana. Pablo, que era un obispo típicamente oriental, mantiene la práctica de las virgines subintroductae de la iglesia siria arcaica.

 

Los helenistas de Antioquía (Luciano, Malaquión) le acusan de sostener la doctrina de Artemón que prolongaba en Roma, a mediados del siglo III, el adopcionismo de Teodoto de Bizancio.

 

Sin embargo, su doctrina más bien se parece a la de Berilio de Bostra: subrayar la unidad de Dios y la humanidad

de Cristo.

 

Luciano de Antioquía (partidario de Orígenes) condena a Pablo de Samosata por su modalismo, y condena la utilización de la palabra homoousios para designar la unidad de la naturaleza divina. Además, el sínodo de Antioquía afirma que el Verbo asume un cuerpo, tal como lo haría Apolinar de Laodicea, en Antioquía, un siglo más tarde.

 

—Bibliografía: Danielou, 182-189 y 250-255.

 

b) Novaciano

En este clima teológico y disciplinar, Novaciano llegó a desempeñar un papel muy prominente en la comunidad romana a mediados del siglo III. Sin embargo, sabemos relativamente poco acerca de su vida. Era natural de Roma. Fue bautizado estando gravemente enfermo, pero nunca recibió la confirmación. Por eso el clero y el pueblo romano se opusieron a que Fabián le ordenase sacerdote. Poseía una formación descollante. Era un "lider" nato. Vivía retirado, quizá como eremita, hasta que estalló la persecución de Decio. Al morir el papa Fabián en el verano de 250, tomo bajo su responsabilidad la comunidad de Roma. Escribe tres cartas a Cipriano, en las que le apoya en la cuestión de los lapsi. Al ser elegido Cornelio, en lugar suyo, obispo de Roma, se convirtió en el abanderado del partido rigorista y se hizo elegir obispo de Roma (antipapa).

 

Propugnaba una Iglesia pura y de los puros. Si se pecaba gravemente no podía seguirse perteneciendo a la Iglesia. En su postura subyacen ideas estoicas más que bíblicas.

 

Según el historiador Sócrates, Novaciano padeció el martirio en la persecución de Valeriano.

 

La obra capital de Novaciano es su De Trinitate, escrita el año 240. En su contenido y en su estructura se reflejan las numerosas discrepancias teológicas de su tiempo:

 

• en la primera parte (1-8) defiende la identidad de Dios Padre con el Creador del mundo, contra el gnosticismo;

• la segunda parte (9-28), dedicada al Logos, ocupa la mayor parte de la Obra. Contra los marcionistas defiende que Jesús es el Hijo verdadero de Dios Creador (9); contra los docetas, sostiene su encarnación real (10); contra los adopcionistas, su verdadera divinidad (11-25); y contra los modalistas, afirma que Jesús es distinto del Padre (26-28);

• el capítulo 29 trata brevemente del Espíritu Santo;

• los capítulos 30 y 31 estudian la unidad de Dios en la distinción de ambas personas divinas del Padre y del Hijo.

 

De Tertuliano toma los conceptos de una substancia, tres personae, ex substantia dei. Además, introduce los términos: incarnari y praedestinatio.

 

No debe extrañar que Novaciano no incluya al Espíritu Santo en la discusión sobre Dios. La doctrina de la divinidad del Espíritu Santo no llegará a ese estadio hasta mediados del siglo IV, sobre todo con Basilio el Grande. Novaciano concibe al Espíritu Santo, sobre todo, como fuente de la santidad, de la iluminación y de la inmortalidad.

Poco sabemos de la repercusión de este primer gran tratado del primer teólogo romano.

 

—Bibliografía: Drobner, 198-199.

 

 

 

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