Tema 3: ¿Le ha salido a Dios mal el mundo?

 

¿Le ha salido a Dios mal el mundo?
(Redención y sentido cristiano del sufrimiento)

 

 

 

Imaginemos que, después de haber asegurado en los dos capítulos anteriores una evangelización básica, ya tenemos fe: creemos que Cristo no es ni un mentiroso ni un loco, sino que creemos en su Divinidad y, por tanto, también en todo lo que Él nos ha revelado y la Iglesia, en su nombre, nos enseña. Conviene entonces discurrir acerca de los misterios centrales de la fe. Unos de estos misterios es la Redención, que está ligado a un problema que atormenta al hombre desde siempre, y que lleva a algunos a poner en duda o a perder la fe: el sentido del sufrimiento. En efecto, el sufrimiento es piedra de escándalo. Para quienes este problema ineludible les lleva a apartarse de Dios, la única concepción de vida coherente que queda es el nihilismo. «Todo sufrimiento es inútil», decía por ejemplo en 1991 el Prof. Schwarzenberg, durante su campaña de promoción de la eutanasia. Y es que si el dolor y la indigencia humana no sirviesen para amar y para dejarse amar, por Cristo y por los demás, se acabaría tarde o temprano, de un modo o de otro, en la más espantosa desesperación.

El sufrimiento está presente en toda vida humana. Tarde o temprano, todos nos enfrentamos al problema del sufrimiento. Buscamos respuestas, pero ante todo conviene no perder de vista que estamos ante un misterio. «Si Dios interviene en la historia —se pregunta Santiago Martín— ¿por qué hay tanto dolor y sufrimiento? Es una pregunta a la que no podemos dar una respuesta satisfactoria, por lo menos de forma contundente. [...] El problema que representa la coexistencia del mal y del dolor en el mundo con la fe en un Dios Todopoderoso que interviene en la historia del hombre para ayudar al hombre, queda resuelto con el concepto de misterio. Un concepto que nos lleva a decir: "Yo no entiendo, pero no entender no me hace entrar en crisis, porque no entenderlo todo respecto a Dios es normal". "No entiendo, Señor -le decimos los creyentes-, [...] pero creo en tu amor, creo en ti"»1. De todos modos, los misterios no abarcan realidades acerca de las cuales nada podamos conocer, sino más bien realidades que nunca podremos conocer del todo. Vale, pues, la pena profundizar en ello, aunque sólo sea con el fin de que el misterio se torne menos incomprensible.

¡Qué difícil es dar una respuesta al problema del sentido sufrimiento, más aún fuera de un contexto cristiano! Y no digamos lo difícil que es vivir ese sentido positivo que tiene el sufrimiento en la vida cristiana. Fuera del cristianismo, no rebelarse ante el dolor intenso sino aceptarlo rendidamente, resignarse ante cualquier sufrimiento, por grande que sea, ya es de por sí algo muy meritorio. Sin embargo, Cristo va más lejos, puesto que ama el sufrimiento y lo convierte en medio de Redención victoriosa. Y los cristianos que le siguen de cerca son también capaces de amar el sufrimiento como medio de Co-redención con Cristo.

Decía San Josemaría que «la certeza del cariño la da el sacrificio»2. Vamos a ver que el misterio de la Redención y del sentido cristiano del sufrimiento es sobre todo un misterio de amor, que sólo puede ser entendido y vivido por quien adquiera la libertad del amor o capacidad de sufrir libre y gustosamente con tal de poder hacer feliz a quien se ama. «El amor hace fecundo al dolor y el dolor hace profundo al amor», afirmó Juan Pablo II3. Hay cosas que no se aprenden en libros. Tal es el sentido del sufrimiento y el amor. Quien no haya sufrido no puede entender el amor que se puede esconder tras el sufrimiento. En una novela se ponen estas palabras en boca de San Francisco de Asís: «Creo que para comprender el amor de Dios hay que haber sufrido algo. Sólo el que sufre entiende al que sufre. Sólo el que ama entiende al que ama. Si no has estado nunca enamorado, ¿Cómo vas a entender el amor de Dios? Si no has sufrido de verdad en la vida, ¿Cómo vas a apreciar el sufrimiento de Dios por ti?»4. ¡Qué difícil es explicar la fe y la vida cristiana a jóvenes mimados que nunca han amado con locura...!

«El amor ha hecho el dolor y el dolor ha hecho el amor», escribió P. Claudel5. Es el misterio de la libertad del amor: se puede amar tanto a una persona que, para contribuir a su felicidad, se está gustosamente dispuesto a sufrir todo lo que haga falta; y lo más curioso es que la felicidad que se siente haciéndole feliz, contrarresta con creces el dolor inherente al sacrificio. Lo expresaba bien San Pablo de la Cruz: «Ya no se permita más discernir el amor del dolor, o el dolor del amor; pues el alma que ama goza en su dolor, y exulta en su amor doliente»6. Durante nuestra vida en la tierra, sin dolor, no es posible el amor ni la felicidad verdadera. Ya lo dice la canción popular: «Amar que no pena, no pida placer, pues ya le condena su poco querer; mejor es perder placer por dolores que estar sin amores».

Desde la perspectiva del dolor de amor, se entiende por qué quiso Cristo sufrir tanto, aunque en sentido estricto no era necesario ya que, dada su dignidad divina, nos habría podido redimir con cualquier sacrificio. Pero el amor de Cristo-Hombre es una copia reducida del infinito Amor divino, así que quiso dejarnos una prueba tangible de su inmenso amor sufriendo por nosotros todo lo que un hombre es capaz de sufrir. A su vez, como veremos, cada persona que sufre puede emplear su sufrimiento para aligerara los padecimientos de Cristo, co-redimiendo con Él. Pero antes de adentrarnos en el sentido cristiano del sufrimiento, empecemos subrayando la importancia de albergar una actitud comprensiva y respetuosa hacia los que sufren. Jamás hablar de este tema con ligereza

¿Es preciso que ser delicados hacia los que sufren? ¿más aún si se trata de dolor en el alma7?, en primer lugar porque no podemos hacernos del todo cargo del sufrimiento ajeno; en segundo lugar, porque la ciencia de la cruz, es un misterio sobrenatural que exige entender, entre otras cosas, las intenciones creadoras y redentoras (re-creadoras) de Dios; y, en tercer lugar, porque es también un misterio del amor humano que sólo se aprende cuando se vive.

 

Conviene no dar la sensación de que se trata de algo fácil. Lewis había dado muchas conferencias sobre este tema, pero sólo se dio cuenta de la profundidad del misterio cuando le tocó vivirlo. En El problema del dolor, había escrito: «Dios nos susurra y habla a la conciencia a través del placer, pero le grita mediante el dolor: es su megáfono para despertar a un mundo sordo»8. Matizó más dichas expresiones en Una pena en observación, cuando se vio sumido en la más profunda tristeza por la muerte de su mujer. Allí dice, por ejemplo: «Lo que dice San Pablo solamente puede consolar a quien ama a Dios más que a sus muertos»9; o, más adelante: «¿Qué quiere decir la gente cuando afirma: “yo a Dios no le tengo miedo porque sé que es bueno”? ¿Han ido al dentista alguna vez?»10.

Por mucho que profundicemos en aspectos parciales de esta temática, el sentido del sufrimiento seguirá siendo un misterio. Siempre encontraremos situaciones que nos romperán los esquemas, por ejemplo si vemos a un niño que padece de lepra, esa enfermedad de la que Alberto Vázquez-Figueroa dice que «ningún tirano había encarcelado jamás a nadie de por vida sin usar otras rejas que su propio cuerpo atormentado»11. A la hora de enjuiciar la realidad, habría que evitar tanto el pesimismo realista como el optimismo ingenuo. El cristianismo propugna un optimismo realista: el pecado hace estragos en las personas y en las sociedades, pero Cristo se ha hecho hombre para aportar una solución. Hay, pues, esperanza...

Hay que mostrar que el sufrimiento es una bendición de Dios, pero sin dar la impresión de que se exalta el sufrimiento en cuanto tal (dolorismo). El dolor no es querido directamente por Dios. Lo introduce el pecado del hombre. Como tal, es un mal, pero Dios, en su infinita misericordia, lo ha resuelto con la Redención, enseñándonos y capacitándonos para elevarlo al orden del amor. Además, a posteriori, Dios, en su amorosa providencia, se sirve del sufrimiento para nuestro bien. «Sufrir —escribe la Madre Teresa de Calcuta— no es nada, pero el sufrimiento compartido con la Pasión de Cristo es un don maravilloso y un signo de amor»12.