DOMINGO DE RAMOS.

 

SOBRE LA PROCESIÓN Y LA PASIÓN. SERMÓN PRIMERO

 

1. Con gran acierto, como tiene el Espíritu de su Esposo y de su Dios, la Iglesia une hoy, con admirable y nueva sabiduría, la procesión y la Pasión. La procesión suscita vítores y la pasión lágrimas. Como estoy al servicio de sabios e ignorantes, intentaré explicar a todos el fruto de esta unión.

 

Y comenzaré refiriéndome a los del mundo porque no es primero lo espiritual, sino lo animal. Que el hombre mundano observe y comprenda que la alegría termina en el pesar. Por eso aquel que practicó y enseñó tantas cosas, cuando se hizo hombre quiso demostrar personalmente con su palabra y su ejemplo lo que nos había dicho mucho antes por boca del Profeta: Toda carne es hierba, y su belleza como flor campestre y manifestándose en la carne se empeñó en experimentarlo en sí mismo. Aceptó, pues, el triunfo de la procesión, consciente de que estaba ya inminente el día terrible de la muerte.

 

¿Podrá alguien fiarse de la gloria versátil del mundo si contempla al Santo por excelencia y además Dueño supremo del universo, pasando rápidamente de la victoria más sublime al desprecio más absoluto? Una misma ciudad, las mismas personas y en unos pocos días le pasea triunfal entre himnos de alabanza y le acusa, le maltrata y le condena como a un malhechor. Así acaba la alegría caduca y a esto se reduce la gloria del mundo. El Profeta pide que el Señor viva en una gloria inmarcesible; es decir, que a la procesión no acompañe la pasión.

 

2. Vosotros, en cambio, sois espirituales y podéis captar un mensaje más espiritual: por eso os presentamos en la procesión la gloria de la patria celeste, y en la Pasión el camino que a ella conduce. Ojalá que la procesión te recuerde el gozo y alegría incomparables de nuestro encuentro con Cristo en el aire, cuando seamos arrebatados en las nubes. Y que te consumas en el deseo de ver el día glorioso en que Cristo entrará en la Jerusalén celestial. El irá como cabeza de un gran cuerpo; enarbolará el trofeo de la victoria, y no recibirá los aplausos de una turba vulgar, sino aquel himno de los coros angélicos y de los pueblos de la Antigua y de la Nueva alianza: Bendito el que viene en nombre del Señor.

 

La procesión te dice a dónde nos dirigimos, y la Pasión nos muestra el camino. Los sufrimientos de hoy son el sendero de la vida, la avenida de la gloria, el camino de nuestra patria, la calzada del reino, como grita el ladrón crucificado: Señor, acuérdate de mí cuando llegues a tu reino. Lo ve caminar hacia el reino y le pide que, cuando llegue, se acuerde de él. También él llegó, y por un atajo tan corto que aquel mismo día mereció estar con el Señor en el Paraíso. La gloria de la procesión hace llevaderas las angustias de la pasión, porque nada es imposible para el que ama.

 

3. Y no te extrañe nada oír que esta procesión es símbolo de la celestial, ya que al mismo se le recibe en ambas, aunque las personas y el modo sean muy diversos. En esta procesión Cristo va sentado en un bruto animal: en aquella, en cambio, habrá animales racionales, como dice la Escritura: Señor, tu salvas a hombres y animales. Recordemos aquel otro pasaje: Soy como un animal ante ti y estaré siempre contigo. Y continúa, refiriéndose a la procesión: Tú agarras mi mano derecha, me guías según tus planes y me llevas a un destino glorioso.

 

Ni siquiera faltarán allí los pollinos, aunque murmure el hereje que no deja venir a los niños y les niega el bautismo. También él fue niño y quiso verse acompañado de una hueste de niños: los inocentes. No excluye de su gracia a los niños, porque no desdice de su misericordia ni está reñido con su majestad que el don de la gracia supla las limitaciones de la naturaleza.

 

Aquel gentío no alfombrará el camino con ramas ni pobres mantos, sino que los animales simbólicos plegarán sus alas, los veinticuatro ancianos ofrendarán sus coronas ante al trono del cordero, y todos los coros angélicos le brindarán y le dedicarán su gloria y hermosura.

 

4. Y ya que hemos hablado del asno, de los mantos y de las ramas de los árboles, quiero fijarme con más atención en las tres clases de ayuda que se le ofrecen en esta procesión al Salvador. La primera se la da el jumento en que va montado, la segunda los que tienden sus vestidos y la tercera los que cortan ramas de árboles. ¿No os parece que todos los demás le presentan lo que les sobra, y honran al Señor sin molestarse ellos en nada, a excepción del jumento que se le ofrece él mismo?

 

¿Me callo para evitaros el peligro de la vanidad o hablo para alentaros? Yo creo que ese asno en que Cristo va sentado sois vosotros que, en frase del Apóstol, glorificáis y lleváis a Cristo con vuestro cuerpo. Los hombres del mundo, cuando hacen limosna de sus bienes, no le ofrecen al Señor su cuerpo, sino lo que usa o necesita el cuerpo. Los prelados cortan ramas de árboles cuando hablan de la fe y obediencia de Abraham, de la castidad de José, de la mansedumbre de Moisés o de las virtudes de otros santos. No hacen más que tomarlo de sus bien nutridas despensas; y deben recibir gratuitamente lo que recibieron de balde. Si todos cumplen fielmente su ministerio, es indudable que participan en la procesión del Salvador y entran con él en la ciudad santa, porque el Profeta predijo las tres clases de hombres que se salvarán: Noé cortando ramas para hacer el arca, Daniel que con su ayuno y abstinencia se convierte en el jumento que lleva al Salvador, y Job que hace buen uso de los bienes de este mundo y abriga a los pobres con la lana de sus ovejas. ¿Quién va más cerca de Jesús en la procesión? ¿Quién de los tres está en contacto más inmediato con la salvación? Creo que os es muy fácil comprenderlo.

 

 

 

RESUMEN:

 

San Bernardo invierte el orden de la Semana Santa. La pasión será la forma de llegar a la procesión. Por otra parte reivindica la figura del jumento, el más cercano a Cristo, el que lo sigue más ciegamente. Establece tres formas de llegar a Dios: la fe ciega del borrico sometido a obligaciones y privaciones, aportar ramas para construir el arca que es el vehículo de la salud y ayudar a los demás (a los pobres) haciendo buen uso de los bienes que nos otorga nuestro Salvador