Nuestra salvación reside en dos cosas: la justificación y la glorificación. La primera es el comienzo y la segunda su plenitud. Aquella exige trabajo, ésta cosecha los frutos de este trabajo. La justificación se realiza ahora por la fe, la glorificación tendrá lugar en la visión. El entendimiento apenas puede imaginar cuál será la glorificación de los santos en la vida futura. La Escritura nos dice de ella: Ojo nunca vio, ni oreja oyó, ni hombre alguna ha imaginado lo que Dios ha preparado para los que le aman.
Prescindamos de momento tratar de ella, porque supera nuestra capacidad, y hablemos sobre la justificación que vivimos ahora, diciendo lo que nos parece necesario para la edificación de nuestros hermanos. Como dice el Apóstol, es el camino que conduce a la glorificación: A los que predestinó, los llamó, los justificó; y a los que justificó los enalteció. Es imposible llegar a esa exaltación si no le precede la justificación, pues ésta es el mérito y aquella el premio. Y así, al anunciar a sus discípulos el reino de Dios, Cristo les propone en primer lugar la justicia: Si vuestra justicia no es mayor que la de los escribas y fariseos, no entraréis en el reino de los cielos.
Tengamos en cuenta que, así como en el reino de la bienaventuranza el Señor se manifestará a sus elegidos por su presencia para ser glorificados, también ahora se les manifestará en su peregrinación para justificarlos. De esta suerte, los que van a ser glorificados por la visión serán antes justificados por la fe. Y los que desean ser justificados deben abstenerse de tres cosas. Ante todo, de las malas obras; después de los deseos carnales; y en tercer lugar de los asuntos del mundo. Y, por otra parte, deben ejercitarse en esas tres cosas que el Señor predicó en la montaña: la limosna, el ayuno y la oración. He aquí, pues cómo se realiza la justificación: absteniéndose de los vicios prohibidos y entregándose con fidelidad al bien que está prescrito. Contra las malas acciones practíquense las obras de misericordia, contra los deseos carnales salga a su paso el ayuno, y las ocupaciones del mundo cedan su lugar al culto.
Fuente: Sermones de San Bernando de Claraval