SEMANA SANTA

 

SERMÓN SEGUNDO SOBRE LA PASIÓN, LA PROCESIÓN Y LAS CUATRO CLASES DE PERSONAS QUE ASISTEN A ELLA

 

 

1. Hoy tenemos poco tiempo y se nos impone la brevedad. La procesión que vamos a celebrar nos brinda materia abundante, pero no permite alargar nuestro coloquio. Vamos a celebrar la procesión, y poco después escucharemos la Pasión. ¿Por qué van tan bien compenetradas y qué pensaban nuestros Padres al unir la pasión con la procesión? Es normal que celebremos hoy la procesión, puesto que tuvo lugar en este día. Pero ¿por qué se añadió la Pasión si sucedió el viernes?

 

Está muy bien pensado unir la Pasión a la procesión: así aprendemos a no fiarnos de ninguna alegría de esta vida, convencidos de que la alegría termina en el pesar. No seamos, pues, tan necios que caigamos víctimas de nuestra prosperidad; en el día dichoso no debemos olvidar el día malo, y viceversa. Esta vida está tejida de unos y otros, tanto para los hombres del mundo como para los espirituales. A los del mundo vemos que les acontecen sucesos agradables y desagradables; y a los espirituales no siempre les sobrevienen cosas tristes ni tampoco siempre alegres, sino que el día tiene su tarde y su mañana. O como leemos en otro lugar: Le pasas revista por la mañana y lo examinas a cada momento. Así vivimos ahora, mientras dura, o mejor dicho, corre y fluye esta vida.

 

2. Pero después de esta vida vendrán otras dos completamente distintas: una será llanto y apretar de dientes, y la otra alegría y acción de gracias. Dios enjugará las lágrimas de los ojos de los santos, y ya no habrá luto, ni llanto ni dolor.

 

Así como en la vida los amadores del mundo soportan mil adversidades, de la misma manera a los amigos de Dios las cosas no les vienen siempre según su deseo. Por eso en los días aciagos recuerden los tiempos dichosos, y eviten la pusilanimidad y la impaciencia. Nos dice el salmista: Cuando le colmes de bienes te alabará. Y en los días de bienes no olviden los tiempos adversos para no envanecerse y decir movidos por la abundancia: no vacilaremos jamás. El exceso de cosas materiales mata al insensato de este mundo, y la abundancia de bienes espirituales también puede ser muy peligrosa para el hombre espiritual e imprudente, y para e que no es espiritual. El hombre espiritual lo examina todo.

 

El motivo de que la prosperidad causa la muerte del necio y no del sabio, lo tenemos bien claro: El sabio piensa en el duelo, el necio en la fiesta. Por eso es preferible visitar una casa en duelo que una casa en fiestas. Es cierto que la adversidad hunde a muchos; pero la prosperidad llena de soberbia a muchos más, como dice la Escritura: Caerán a tu izquierda mil, es decir en el momento de la desgracia; y diez mil a tu derecha. El sabio advierte ambos peligros y hace esta oración: no me des riqueza ni pobreza. No quiere engreírse con la riqueza ni angustiarse con la miseria.

 

3. El Señor nos da ejemplo de paciencia en la Pasión y de humildad en la procesión. En aquella se portó como una oveja llevada al matadero, como un cordero ante el esquilador; enmudeció y no abrió la boca; mientras padecía no profería amenazas. Al contrario, oraba así: Padre, perdónales, que no saben lo que hacen.

 

¿Y cómo actuó en la procesión? El pueblo se preparaba para salir a su encuentro; sin embargo, a él no se le ocultaba lo que había en el hombre. Por eso no buscó carrozas ni caballos, no usó frenos de plata ni sillas doradas; se montó en un humilde jumento y todo su adorno fueron los mantos de los Apóstoles, que serían los más ordinarios de aquella tierra.

 

4. Más ¿por qué quiso hacer esta procesión si sabía que muy pronto iba a morir? Tal vez para que la entrada triunfal aumentara la amargura de la muerte. Las mismas personas, en el mismo lugar y en el espacio de unos días, le reciben con ritos de triunfo y le crucifican. ¡Qué abismo entre ese: Fuera, fuera, crucifícalo, y aquel: Bendito el que viene en nombre del Señor!¡Hosana en las alturas! ¡Qué distinto es llamarle: Rey de Israel, a decir: No tenemos más rey que el César! ¡Qué poco se parecen los ramos frescos a la cruz, y las flores a las espinas! Poco antes alfombran el suelo con mantos, ahora le arrancan el suyo y lo echan a suerte. ¡Qué enorme es la amargura de nuestros pecados, cuando tanto tiene que soportar el que ha querido satisfacer por ellos!

 

5. Y ciñéndonos ya a la procesión, creo que participan en ella cuatro clases de personas, que pueden darse también hoy en nuestra celebración. Unos iban delante y disponían el camino: son los que preparan el camino al Señor para que venga a vuestros corazones, los que os gobiernan y dirigen vuestros pasos por el camino de la paz. Otros iban detrás: son aquellos que reconocen su ignorancia y siguen con fervor y absoluta fidelidad a los que les preceden.

 

 Estaban también los discípulos, los íntimos e inseparables: son los que han elegido la mejor parte y viven consagrados a Dios en el claustro, identificados con él y atentos a cumplir su voluntad. Y allí vemos, por fin, el asno en el que iba sentado: simboliza a los duros de corazón y a los espíritus que se parecen a las bestias. A decir verdad, no hubo muchos animales de este género, ni hacían falta. Porque en vez de ennoblecer entorpecen, y no hacen más brillante la procesión. Sus cantos se reducen a unos destemplados rebuznos y necesitan continua disciplina, el Señor no los abandona, pues les dice: Servid al Señor con temor. Abrazaos a la disciplina, no sea que se irrite el Señor y vayáis a la ruina. Si este pobre jumento no acepta la disciplina, el Señor lo alejará de sí indignado, se descarriará y se perderá entre los cardos y espinas que ahogan la palabra de Dios, es decir, entre las riquezas del mundo y los deleites carnales.

 

6. Si hay entre nosotros algunos, para quienes la vida monástica es pesada e insoportable, y a quienes es preciso aguijonear y espolear frecuentemente, les ruego que intenten cambiarse de jumentos a hombres, y unirse a los que van delante, detrás o muy cerca del Señor. Si no hacen eso, les pido que perseveren en lo que son, y soporten con paciencia lo que les conviene, aunque no les resulte agradable. El Señor se fijará en su humildad y los hará mucho más dignos.

 

¿Queréis que demos un pequeño consuelo a este jumento? Es verdad que no entiende de músicas y no puede decir con el salmista: Tus leyes eran mi canción en tierra extranjera. Pero es el que está más cerca del Señor. Ni los que van junto a él lo tienen tan próximo como el asno que lo lleva: Y el Profeta añade: El Señor está cerca de los atribulados. Al hijo que más cuida y abraza una madre es al que está enfermo.

 

Por tanto, nadie se indigne ni desprecie si quiere ser jumento de Cristo, porque el que escandalice a uno de estos pequeños ofende grandemente al que los guarda como una madre en su regazo, hasta que sean más fuertes. De aquí que San Benito nos manda tolerar con suma paciencia todas las debilidades morales.

 

7. Asisten, pues, a la procesión cuatro clases de personas. Los buenos sensatos y los buenos sencillos. Unos van delante y otros detrás. Añado el calificativo “buenos” porque si los prudentes no son buenos son unos perversos, como dice la Escritura: Son listos para el mal; y los simples que no son buenos son unos insensatos. Y al Señor no pueden acompañar ni los malvados ni los necios. Los que van junto a él son los contemplativos. Los que le llevan y soportan son los duros de corazón y los tibios.

 

Todos asisten a la procesión y ninguno de ellos ve el rostro del Señor. Los que van delante tienen que preparar el camino, es decir, ocuparse de los pecados y tentaciones de los demás. Los que van detrás, lo único que pueden ver es su espalda, como Moisés. El jumento en que va sentado tiene sus ojos clavados en la tierra y ni se le ocurre levantarlos hacia arriba. Y los que están junto a él le pueden mirar de vez en cuando, pero deprisa y no de una manera continua y perfecta, pues tienen que caminar.

 

En comparación de los otros, éstos son los que le ven más cara a cara. Eso mismo se dice de Moisés: a los otros profetas se les daba a conocer en visión y en sueño; a Moisés, en cambio, le hablaba cara a cara. Pero la visión perfecta ni el mismo Moisés disfrutaron de ella en esta vida. Lo dice el mismo Señor: Nadie puede ver mi rostro y quedar con vida. En la procesión de esta vida, nos dice, nadie puede verme; mientras vais de camino os es imposible contemplar mi rostro.

 

 Que él, en su infinita misericordia, nos conceda perseverar toda la vida en su procesión, para que merezcamos entrar con él en la ciudad santa, en aquella otra solemne procesión en que será recibido con todos los suyos por el Padre, y entregará el reino a su Dios y Padre, que vive y reina por los siglos de los siglos.

 

 

 

RESUMEN

 

En la primera parte del presente sermón compara la fiesta de la procesión con la pasión que está al llegar. De esa forma las alegrías y las decepciones se alternan en nuestras vidas. Incluso las grandes alegrías suelen ser la fase inicial de profundas tristezas: “es preferible visitar una casa en luto”. En la segunda parte, hace hincapié en las distintas personas (o simbólicamente animales) que participan en la procesión. Reivindica con cariño la figura del jamelgo que, aunque limitado, obedece y sigue el camino que le marca el Señor. Nadie de los que van en la procesión puede ver el rostro de Dios. Acaso, y poco, los apóstoles que van a su lado y que representan la vida contemplativa.